El ego: nuestra creencia fundamental

Ya hemos visto qué es una creencia, cómo se forman y sus características fundamentales. Ahora vamos a conocer nuestra creencia fundamental, el ego, pero antes de meternos con él y para entenderlo mejor, vamos a comentar la pregunta del millón: ¿qué somos realmente como seres vivos?

LO QUE SOMOS REALMENTE

Sabemos que somos energía vibrando, a la que llamamos cuerpo, y que esta energía (creadora) la dirigimos con nuestra atención. Pero si nos damos cuenta del cuerpo que poseemos o de los pensamientos que mantenemos, es que hay algo más. Y “eso que se da cuenta” es lo que realmente somos: consciencia infinita siendo consciente del cuerpo que habita. Esta consciencia que faculta “darme cuenta” de este cuerpo, de los pensamientos y de lo que me rodea, es la misma que la tuya y la de todos los seres humanos, lo único que cambia es el cuerpo-habitáculo en el que “vive”. Tú provienes de unos padres y ancestros diferentes a los míos o no, pero nuestra auténtica realidad, lo que es eterno en nosotros, es lo mismo en todas las personas: somos Uno en la Consciencia.

Debido a la evolución de la vida en este planeta llegó un momento en que nació un ser consciente de sí mismo, al que llamamos ser humano, y es el que tiene colonizado este planeta. Es decir, esta consciencia que somos ya la tenemos «instalada» en nuestro cuerpo físico: somos seres conscientes por naturaleza.
Este ser humano consciente tiene una facultad única: la de pensar. Con ella viene unida la capacidad de imaginar y aquí es donde esta consciencia comienza a confundirse, creyéndose ser aquello que imagina, aquello que piensa, «olvidándose” de que es consciencia. Esto se llama identificación (creer ser algo que no es) y es el comienzo del dolor, pero eso lo comentamos luego.
La primera identificación es con nuestro cuerpo, nos creemos ser él y, al vernos físicamente separados, nos consideramos seres individuales, independientes de los demás: “Este cuerpo soy yo y ese cuerpo eres tú, luego somos dos”. Ya estamos separados.
Luego, según vamos creciendo, y con el desarrollo del cerebro, esta consciencia fortalece su identificación con la mente y los pensamientos, creyendo ser la voz pensante de la cabeza: “Pienso, luego existo”, dijo Descartes, en su Discurso del método de 1637.

A partir de aquí esa consciencia se pierde en el mundo de la forma, en el mundo de lo que parece evidente, pero que no es real por tener fecha de caducidad. Solo lo eterno, lo inalterable, lo que no tiene principio ni fin es lo verdadero: la Consciencia Universal. Todo lo demás aquí lo dejamos cuando abandonamos este cuerpo, pero ya me estoy desparramando. Sigamos con el ego.

 

EL EGO

Debido a la identificación con nuestro cuerpo y nuestra mente, ya desde la niñez comenzamos a forjarnos una idea de lo que somos en función de los pensamientos que mantenemos en respuesta a las experiencias que vivimos. Además, se van añadiendo los comentarios, ideas e interpretaciones-creencias de las personas que nos guían en la infancia (generalmente nuestros padres), plantándose la semilla del ego en nuestro interior, creyéndonos ser aquello que nos dicen que somos. Si te han repetido de pequeñ@: “Eres tont@”, tendrás un concepto de ti muy diferente a alguien que a la mínima oportunidad le decían: “¡Pero qué inteligente eres!”.

El ego es un concepto mental, una idea: una creencia que tenemos acerca de lo que somos. Es hijo de la mente y sin pensamientos no hay ego. Solo son pensamientos, pero nosotros le damos la fuerza de la realidad al creernos ser lo que pensamos acerca de nosotros.
Todas las etiquetas que te pongas para definirte: “Soy una persona activa, cumplidora, un poco impaciente, con un gran fondo humano”, por ejemplo, es ego. Tú eres una vibración, no una definición.

Aparte de lo anterior, el ego son también todas las ensoñaciones no conscientes, esos pensamientos imperceptibles, pero que nos provocan una emoción que sí sentimos. Esta emoción que experimentamos nos hace reaccionar ante los acontecimientos que vivimos y esta reacción también es ego. Es lo que nos hace decir: “Soy así, no puedo evitarlo», cuando respondemos automáticamente a un acontecimiento de nuestra vida.
Esa voz de la cabeza que nos dice qué tenemos que hacer, cómo nos tenemos que comportar, qué tenemos que pensar… Esa voz que te ordena, chilla, se enfada, llora… ese parloteo mental es el ego viviendo en ti.
Inquietud, impaciencia, angustia, miedo dolor, ira… es ego. En este caso, es la reacción de tu cuerpo a los pensamientos que le envía esa ilusión que crees ser “tú”. Así pues, esa es la energía del ego vibrando en el ser que eres.

CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES

IDENTIFICACIÓN: la raíz de la separación

Identificación es dar sentido del “yo” a algo diferente a la consciencia que somos. Empezamos con “nuestro” cuerpo, luego “mis” pensamientos y posteriormente, según crecemos, van aumentando en número nuestras identificaciones: padres, herman@s, amig@s, pareja, hij@s, etc., todo aquello que nos cree sentimiento de pertenencia, como si fuera nuestro, como si fuera “yo”. Nos identificamos con un país, un partido político, un club de fútbol, un trabajo, un estatus social, una postura mental (defendemos nuestra “verdad” como si nos fuera la vida en ello), etc.

También nos identificamos con los «papeles» que representamos en esta vida. Si tienes hij@s seguro que representas el papel de padre/madre y esperas de ellos que actúen según su «papel»: «te deben» respeto por ser tus hij@s. Si no lo hacen te encolerizarás, ya que para tu ego no se están comportando de acuerdo con el rol que les ha adjudicado. Hay infinidad de «papeles» que representamos: el de pareja, jefe/a, trabajador/a, herman@, amig@… A cada papel le asignamos obligaciones y derechos, unos códigos de conducta, y si alguien se los salta nuestro ego reacciona con lucha o enfado para restablecer el orden perdido.

Todo aquello con lo que nos identificamos nos da un valor como persona, de manera que si cambia o desaparece algo de ello experimentamos un fuerte dolor. Es como si el hecho de ser abandonados por nuestra pareja, aparte del dolor de la separación, nos quitara valía personal, haciéndonos sentir ser menos el que rebatan una idea mía me haga considerarme disminuido como ser inteligente. De esta manera, al identificarnos con algo que suponemos como “mío-yo”, surge el apego a ello. El apego, en este caso, es sinónimo de dependencia: dependemos de aquello con lo que nos identificamos.

De esta manera perdemos nuestra libertad personal. Ya no somos solo esa consciencia que habita en nosotros, sino la suma de lo que creemos ser: padres, hijos, pareja, el club de fútbol del que soy hincha, el estatus económico y social que mantengo, el partido político con el que simpatizo o el país en el que vivo… Y nos pasamos la vida intentando mantenerlo todo en equilibrio, que nada cambie a peor o desaparezca porque entonces experimentaremos un dolor directamente proporcional al grado de identificación con ello. Hay hinchas de fútbol que cuando pierde el equipo de sus amores están varios días cabizbajos y tristes. A otros les dura la frustración el tiempo que tardan en tomarse un café. Son diferentes grados de identificación y, por lo tanto, diferente intensidad de dolor por la pérdida-cambio, pero en ambos casos la identificación es sinónimo de dolor.

A nivel energético, el apego es la energía que damos a lo que consideramos como «yo»: nos unimos energéticamente a aquello con lo que nos identificamos. Identificación y apego son las dos caras de la misma moneda y siempre es un desvío de nuestra energía, de la energía que somos. Es una “pérdida” energética que sufrimos por mantener viva una idea mental, una creación de la mente.

Esta identificación (esta separación entre «yo» y lo demás) es la que nos hace vivir en un mundo de países, culturas y religiones diferentes, a menudo enfrentadas, ya que el ego necesita conflicto para reafirmarse, para sentirse vivo. Al ego la paz le resulta indigesta y pesada, con poco atractivo. Siempre busca retos, desafíos, metas… tiene que estar constantemente haciendo algo para no sentir el miedo que le atenaza.

Esta inquietud que nos acompaña siempre, este desasosiego constante, en realidad es el miedo a la muerte del ego. Como está identificado con el cuerpo que tiene y sabe que tarde o temprano va a morir, para evitarlo se inventa cuentos maravillosos, haciéndonos creer en reencarnaciones y en la evolución del alma, de vida en vida, buscando la perfección divina. Pero no son más que ilusiones del ego resistiéndose a morir, intentando ser inmortal, cuando, en realidad, al fallecer termina la ilusión que creemos vivir, uniéndose la consciencia que somos a la consciencia universal. Así que, disfrutemos de este tiempo en el que podemos gozar de este maravilloso cuerpo que nos sustenta y que permite llenarnos de la fragancia de una flor o de la risa alegre y juguetona de un/a niñ@. Pero bueno, sigamos con nuestro amigo el ego, que me estoy yendo otra vez.

JUZGAR-COMPARAR

Para marcar los límites de su «individualidad», el ego está constantemente juzgando y comparándonos con los demás. Se fija, normalmente, en las diferencias que nos separan, haciéndonos sentir bien-mal según los resultados de dicha comparación. Además, etiqueta a las personas en función de ese resultado, siendo nosotros el punto de referencia: “Marian es muy inteligente” (porque ha demostrado una “chispa” que no tenemos), “Ander es un engreído” (no es “tan” humilde como nosotros).

También nos juzga en función de un ideal de persona que crea para desenvolverse en este mundo. Cuando no hacemos las cosas en función de ese modelo nos regaña más o menos intensamente según lo fuerte que sea nuestra identificación con él. Es como si tuviéramos un juez y verdugo interior que nos castiga de manera inmisericorde cuando cometemos un error, sin poder escapar de él.

Por último, el ego siempre está clasificando las situaciones de vida en buenas o malas. Si algo ocurre que le acerca a lo que desea, se alegra; cuando, por el contrario, lo que sucede no le gusta se enfada con la vida, con los demás o contigo si te considera responsable de algo. El caso es que está siempre interactuando con el mundo exterior y su alegría o tristeza depende de la valoración-interpretación que haga de esa experiencia vital.

RESISTENCIA

Es la no aceptación de lo que está viviendo, negando lo que ocurre: “Yo no debería estar pasando por esto. Es muy duro, es injusto”. Aquí nace la negatividad que lanzamos al mundo.

El ego echa la culpa a los demás (sea la vida en general, las personas o situaciones que vive), por no ser como a él le gustaría que fueran. Y son los demás (la vida también) los que deben cambiar, cosa que espera lograr enfadándose, consiguiendo justo lo contrario, ya que esa energía negativa del enfado revitaliza la situación que detesta.

Esta resistencia frente a lo que sucede, es lo que lleva al ego a reaccionar en contraposición al actuar.
Actuar frente a un hecho o circunstancia de la vida significa que la respuesta que damos a esa situación viene dada desde la independencia emocional, desde la inteligencia pura: “Me acabo de enterar de que cierran la empresa. Nos echan a todos, ¡qué pena! No hay tiempo que perder, voy a empezar a mandar curriculums”.

Reaccionar es dejarnos llevar por una respuesta emocional a lo que vivimos en un momento dado. Esa emoción, que nos hace responder así, es el apego del ego a esa realidad que ahora se encuentra amenazada por esa situación de vida: “Hoy me han dicho que cierran mi fábrica. Nos echan a todos. ¡Ya decía yo que eran unos inútiles los jefes: no saben llevar una empresa! ¡Hoy me emborracho!”. Es decir, sin ego no hay reacción.

Al reaccionar frente a algo exterior (quejarse es una forma de hacerlo, inclusive del tiempo que hace hoy) o interior (reaccionamos también a los pensamientos que tenemos: hay pensamientos que nos “duelen”), el ego siente que se reafirma, adquiriendo más “vida”. Esta reacción constante, generalmente negativa, es la creadora de nuestro estado de ánimo, que es la energía que emanamos al universo y, por lo tanto, es la energía que nos devuelve. Al recibir situaciones “negativas”, reaccionamos con más negatividad, perpetuando aquello que no queremos vivir. La única forma de romper este círculo vicioso, en el que vive la inmensa mayoría de la gente, es por medio del perdón. Aquí te dejo un enlace que te permitirá liberarte de las cadenas que te atan al pasado: ejercicio del perdón.

EL EGO Y EL CRECIMIENTO PERSONAL

El ego es nuestra mayor identificación, alrededor de la cual hemos organizado nuestra vida. Desechar esa idea, es volver a comenzar otra vez, es un renacimiento, y esto nos genera mucha incertidumbre, mucha inseguridad, ya que abandonamos el mundo conocido, el de la forma, el exterior, para adentrarnos en nuestro mundo interior que, para la mayoría de la gente, es un lugar totalmente desconocido. De esta manera comenzamos a descubrir aquello que siempre hemos sido, pero que esa ilusión mental nos impedía ver.

El cambio personal, fundamentalmente, es liberarse de las identificaciones con lo que no somos. Esta liberación conlleva dolor, porque ese sufrimiento es la ruptura de la conexión energética (apego) que habíamos creado con lo identificado. Nos sentimos como si nos arrancaran la piel, rotos por dentro (imagínate como te deja una ruptura sentimental), ya que nos desprendemos de algo que consideramos forma parte de nuestro ser. Como el ego no quiere sufrir, no quiere ser “menos”, va a luchar con todos sus medios para que nada cambie y no sentirse más “pequeño”. Por este motivo se convierte en el principal enemigo del crecimiento personal.

Por otra parte, si no hay dolor no hay cambio. Dejará de dolerte, dejarás de sufrir, cuando ya no estés identificad@ con nada ni nadie, cuando te des cuenta de que eres sólo Consciencia. Mientras llega ese momento, la mente-ego te va a poner todas las zancadillas que pueda para que no la abandones retirando tu atención inconsciente de ella. Te hará sentir mal, diciéndote que te equivocas, que ese no es el buen camino, que te dejes llevar por ella, que no es bueno sufrir, que no te encuentras bien… bla, bla, bla.

Cuanto peor lo pasas mayor crecimiento experimentas, ya que más energía había “desviada” a ese apego que ahora abandonas. Es como una herida (energética) que debe supurar, así que cuando sufres es porque estás creciendo como ser consciente.
La forma más rápida de crecer, de evolucionar, es amar ese sufrimiento que padeces. Esto es difícil de hacer al principio, pero cuando lo hagas notarás como lo atraviesas, separándote de él. Sientes tu dolor, pero ya «no eres» ese dolor: ya no estás identificado con él. Además, esta energía, que antes estaba “perdida” en el apego a aquello que considerabas eras tú, vuelve a ti. De esta manera te vas convirtiendo en un ser más poderoso, con más energía vital, más profundo.

No cedas a la desesperación que vas a vivir. No creas que te estás volviendo loc@ por sentirte sol@ (te llegará esta sensación, no lo dudes) en este mundo enfermo. Ese sentirte sol@ es una buena señal, porque es el único modo de hallar lo que realmente buscamos todos los buscadores: encontrarnos a nosotros mismos.
Este camino de descubrimiento personal siempre es un camino solitario, nadie lo puede recorrer por ti. Pero cuando descubres lo que realmente eres ya nunca más te sentirás sol@ porque vivirás conectad@ a algo tan amoroso, intenso y acogedor que las palabras no le hacen ninguna justicia. Además, aunque parezca una paradoja, te darás cuenta de que nunca has caminado sol@, que siempre has sido llevad@. Pero bueno, esto lo irás sintiendo si no ha sido así hasta ahora. Vas a elevar tu vibración y toda elevación energética conlleva un cambio de creencias y un aumento de la clarividencia. Solo es cuestión de tiempo que te des cuenta de ello.

NOTAS PRÁCTICAS PARA CRECER:

  • Ama tu ego, porque siempre estará contigo. Es la energía que nos rodea por todos los lados, es la energía que mueve este mundo. No luches contra él, no intentes eliminarlo, porque entonces lo estás vivificando con tu atención. Lo único que puedes hacer es darte cuenta de que estas siendo vivido por el ego, no por el amor. Para ello estate muy atent@ a tu estado interior. Esta es la clave: ¿cómo te sientes?, ¿qué pensamientos te llegan?, ¿son pensamientos que te transmiten paz o te generan lucha, desasosiego? Si te sientes bien, perfecto, estás en el amor. Si te notas embarullada, indeciso, rencorosa, impaciente, lastimero… estás con el ego-mente.
    El darse cuenta es el primer paso para poder amarlo. Una vez que lo amas, como podrías amar las travesuras de un niño pequeño, empiezas a desidentificarte de él, separándote de la ilusión que guiaba tu vida. Y, en este momento, comienzas a crecer.
    Si normalmente tienes mucho “ruido” mental y te resulta difícil dejar de “pensar”, empieza con este ejercicio de concentración maravilloso que, además, limpia y equilibra tus chakras de vibraciones inarmónicas: activando nadis y chakras.
  • Ama el ego de los demás. El ego tiende a reaccionar con el de los demás y, a no ser que tengas un gran autocontrol, acabarás enredado en su energía. Cuando interactúes con alguien estate atent@ a cualquier aparición de malestar en tu interior: ira, culpa, abatimiento, debilidad… Esas son las emociones creada por tu ego al reaccionar a la energía que envía tu interlocutor/a. Cuando te notes que empiezas a alterarte, centra tu atención en la respiraciónTe equilibrará instantáneamente, pero hazlo cuanto antes para no dejarte llevar por la fuerza de la emoción egoica.
  • Todo aquello que no sea paz es ego viviendo su sueño a través tuyo. El ego, como hijo de la mente que es, siempre está soñando, imaginando y recreándose en acontecimientos pasados o situaciones futuras: «Cuando llegue al trabajo seguro tengo bronca con el tonto ese de Ander”, «¡Qué bien me lo pasé ayer cenando con Marian!». La mente es lo que tiene: solo puede vivir en el pasado o en el futuro. El momento presente se le atraganta porque no puede controlarlo, es lo que es y no lo puede cambiar, por eso huye de él. Así que, si no sientes la paz en este momento es porque estás viviendo el sueño (de lucha) del ego-mente.
    Cuando te descubras cabalgando por los caminos de la ilusión, si te atropellan los pensamientos, DETENTE… inspira… espira… Se consciente de tu cuerpo, siente tu vibración, tu energía, y permanece ahí todo el tiempo que puedas. Una y otra vez.
  • ¿Prefieres tener paz o tener razón? Tú elijes, momento a momento, la vida que quieres llevar. Al ego le encanta tener razón, al amor tener paz. Puedes tener razón y saber que la tienes, pero no luchas por convencer, sólo expones tu verdad, compartiéndola. Lo que hagan los demás, aceptarla o no, es secundario, no es tu problema.
    Intenta vivir con total desapego a cualquier postura mental. Vive sin tener opinión, todo es como es: no hay nada que opinar, no hay nada que interpretar.
  • «Yo no tengo problemas, es mi ego quien los tiene«. Recuerda esto en aquellos momentos que te notes «llevado» por el dolor, la ira, el reproche, la debilidad… Así te vas separando de él, desidentificándote, por medio del «darte cuenta» (sinónimo de crecimiento de la consciencia) de que tú no eres ese ego chillón o lloroso que a veces te posee.

Nada más por hoy. Te mando un fuerte abrazo, de corazón y el deseo de que tu vida se llene de la paz, el amor y la alegría que eres.
Nos vemos en «Creencias: el cambio».

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