Nuestro cuerpo: ¿qué somos realmente?

Esta es la pregunta más importante que puedes hacerte, porque en función de la respuesta que des así irá tu vida. Espero que cuando acabes de leer esto te veas de diferente manera a cómo te percibes ahora, ya que entonces habremos dado un gran paso adelante.

Tu cuerpo, ese compañero que va contigo a todas partes, si lo observaras a través de un potente microscopio de efecto túnel, verías algo parecido a una nube formada por un montón de átomos.
Un átomo es la parte más pequeña de un elemento que conserva sus propiedades; si lo dividiéramos, lo que resultaría ya no tendría nada que ver con el elemento del que proviene, sería otra cosa diferente.

 

 

Un átomo consta de un núcleo (formado por neutrones, sin carga, y protones, con carga positiva) y unas partículas girando a su alrededor a velocidades muy elevadas, llamadas electrones, con carga negativa. Esta diferencia de carga hace que los electrones orbiten alrededor del núcleo, ya que son atraídos por la carga positiva de los protones, eso sí, a una distancia enorme comparada con su tamaño. Si el núcleo tuviera el tamaño de una naranja y se encontrara en Bilbao (no lo puedo evitar, soy de aquí), los electrones pasarían girando por Estados Unidos, es decir, realmente somos espacio vacío; pero como esos electrones y átomos se mueven tan rápido, damos la sensación de ser un cuerpo sólido. Imagínate un ventilador, si está apagado puedes meter la mano entre sus huecos sin ningún problema, pero si lo enchufas ya no puedes hacerlo (bueno, sí podrías, pero no te reirás mucho) porque no hay «huecos» debido a la velocidad de las aspas. Lo mismo pasa con nuestro cuerpo, que da la apariencia de ser sólido y compacto, pero lo que estamos viendo y creyéndonos ser es, en realidad, un efecto óptico creado por las limitaciones de nuestros sentidos.

Por otra parte, este constante movimiento de los electrones produce una energía alrededor de la cual se crea un campo electromagnético, que son ondas en movimiento, por medio de las cuales se transporta la energía generada. Una onda tiene una longitud y una frecuencia de vibración. La longitud de onda es la distancia existente entre dos crestas o valles consecutivos y la frecuencia de la onda es la cantidad de oscilaciones completas que se producen en un determinado tiempo. A mayor longitud de onda menor frecuencia y viceversa. Cuanto mayor es la frecuencia de vibración mayor es la energía transportada por la onda y más elevada es la vibración.

Por lo tanto, todo aquello que tiene una expresión física en este universo, al estar constituido por átomos, es energía vibrando: todo sin excepción. El universo es vibración, lo único que varía es la frecuencia de ésta, lo «rápido» o «lento» que vayan los electrones. Lo que aparenta ser más sólido vibra a una frecuencia más baja y lo más sutil a una más alta, más rápida. Si calentamos un cubo de hielo se transforma en agua líquida y si la seguimos calentando se vuelve vapor. Es agua en los tres casos, el mismo elemento, pero su apariencia, su estado físico, es diferente porque ha cambiado su frecuencia vibratoria debido a la energía recibida del calor.

Fíjate bien: eres espacio vacío, no ese cuerpo denso y compacto que crees ser y, además, nunca te encuentras en reposo total porque continuamente estás vibrando. Todo lo que aparenta ser tu cuerpo está en permanente movimiento, en un constante cambio (tú no eres la misma persona que se ha levantado esta mañana de la cama), al igual que todo lo demás y, sin embargo, no somos conscientes de ello, no lo percibimos así, por las características de nuestros sentidos físicos que nos hacen creer algo que no somos. Nos creemos ser las sensaciones que experimentamos sin ser conscientes de nuestra auténtica realidad: somos vacío, somos energía vibrando.

Además, este cuerpo que habitamos emite luz. No la vemos, la intensidad es muy débil e imperceptible para nuestros ojos, aunque se han realizado experimentos que así lo certifican. No hay acuerdo entre los científicos en los motivos de esta emisión: unos dicen que son procesos metabólicos derivados de los alimentos que ingerimos, otros que almacenamos la luz que recibimos del exterior y la vamos emitiendo durante el día, pero sí en el hecho de que la irradiamos, es decir, somos seres de luz. ¡Qué bonito, ¿verdad?!

Pero quedan más cosas todavía, y, encima, lo mejor.

Según ha demostrado la física cuántica, los electrones pueden actuar como partículas con una mínima masa o como ondas, sin masa. Esto lo descubrió el físico francés Louis-Víctor de Broglie, galardonado con el premio Nobel de física en 1929, al demostrar que todo electrón lleva asociada una onda. Formuló una ecuación (λ= h/p) que relaciona ambas magnitudes, y enunció esta hipótesis, que tres años más tarde se probó: «Toda la materia presenta características tanto ondulatorias como corpusculares comportándose de uno u otro modo dependiendo del experimento específico». 

 

 

Posteriormente, la ciencia demostró el efecto observador, que origina el que los electrones se comporten como partículas cuando son «observados», por ejemplo, cuando se quieren cuantificar sus características en un momento dado, pero el resto del tiempo, cuando no se les observa, existen como una onda de probabilidades. De hecho, no se puede determinar su posición cuando orbitan, solo se puede establecer una zona, alrededor del átomo, en la que es «probable» se encuentren. Así que, el observador crea una partícula por el simple hecho de observar, porque en el momento de hacerlo se produce la materialización de esa energía, de esa probabilidad, en una partícula concreta. Este vídeo explica muy bien el doble comportamiento de los electrones y el efecto observador.

Con las ondas de luz la cosa todavía se vuelve más interesante. La luz es una onda, cuyas partículas, los fotones, pueden actuar como el observador espera que actúen. Es decir, si la observación-medición es para estudiar su comportamiento de partícula, se comportarán como partículas, pero si se les estudia como onda, se comportarán como una onda. Así pues, la intención del observador crea su realidad.

Nosotros, como seres humanos que somos, tenemos la facultad de ser conscientes de dónde enfocamos nuestra atención, y esta consciencia nos da la libertad (nuestro libre albedrío) para dirigirla donde queramos. Y esta atención crea aquello que observa, así que somos seres creadores.

SOMOS SERES CREADORES

¡Qué grande es lo que somos!, ¿verdad?

Somos energía vibrando, creando continuamente aquello a lo que prestamos atención, pero la sociedad en la que vivimos nos transmite la ilusión de ser otra cosa diferente, haciéndonos creer ser algo mucho más pequeño, mucho más limitado, que la belleza como seres que realmente somos. La clave de todo, como veremos en sucesivos artículos, son las creencias que tenemos: ellas son las que dirigen todo nuestro poder creador, son las que guían nuestra vida.

Así que te hago esta sencilla pregunta: ¿qué crees que eres?
Seguimos en «Sintiendo lo que somos: vibración».

Recibe un amoroso abrazo.

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